miércoles, 21 de octubre de 2009

Extracto de "Prosopagnosia frente al espejo", mi primera y única nouvelle.

Buenos Aires, febrero 25

Estos días me han saturado la mente de preguntas existenciales, preguntas que surgen precisamente cuando uno menos las necesita, cuando más duelen las respuestas, cuando uno no quiere saber que volverá a ser polvo inevitablemente y no pudo dejar que se le escapara la única persona que le hacía olvidar el terrible destino del hombre: morir.
Hay gente que no vive, sino que sobrevive. Esa, creo, es una actitud un tanto mediocre. Yo respeto a quienes buscan ansiosamente dejar un legado… Todos hemos de desaparecer, pero ¿por qué no dejar algo? ¿Acaso solo venimos a estar? Pues no debería ser así. Algunas personas se esmeran por dejar hijos mejores que ellos; otros buscan dejar un legado material. ¡Cuánta mediocridad hay en quienes no dejan nada! ¿Egoísmo insano será? Conozco padres que sobreviven y solo esperan que sus hijos también sobrevivan. Es muy triste… Horas de trabajo de más, horas de sueño de menos solo para que ellos repitan su misma historia… Jamás alentarlos para que se busquen a sí mismos, para que se encuentren y ellos dejen un legado también… Solo criarlos para que sobrevivan… Qué falta de consideración, de respeto, de amor, de confianza, que es una de las caras del amor. Es un orgullo para todo padre comprobar que han hecho un hijo capaz de sobrevivir, pero cuánto más saber que es capaz de sobresalir del resto que sobreviven. Un hijo que sobrevive es un logro, pero un hijo que ve al resto sobrevivir debe ser una satisfacción mucho mayor. Una vez escuché: “Cuando uno tiene un hijo, primero desea que sea varón o mujer, luego que sea lindo o linda, luego que sea inteligente, luego que sea de su equipo preferido, luego que sea, ante el primer resfrío, sano; finalmente, con la madurez de la paternidad o maternidad, uno debería olvidar si es varón o mujer, si es guapo o guapa, si es inteligente o un imbécil, olvidarse qué equipo eligió, si es sano o frágil… Uno solo debería desear que sea, ante todo, feliz”. Y es que ser feliz es la única manera de trascender, positivamente. Uno podría subir hasta la terraza de un edificio, volarse la sien de un disparo, caer y salir en las noticias, pero eso no es trascender, eso es hacerse notar, es ser tema de conversación. Trascender es dejar algo en la memoria, cambiar la vida de alguien… Pues ella ha trascendido en mí.
Anoche, me senté en un bar oscuro concurrido por hombres sabios y ebrios; desgraciadamente, por una u otra causa, ninguno me reveló alguna gran verdad, si es que acaso sabían alguna. Ataqué a algunos desprevenidos preguntándoles qué sucedía después de que uno moría, pero en general encontré una sonrisa –como señal de que habían comprendido un anuncio suicida hecho por mí, de que nunca antes lo había pensado o de que era demasiado compleja su teoría como para explicarla–. Bien, el caso es que muy pocos resultaron ser serios y verdaderos conversadores de ese tema.
Roma pensaba que era el “FIN, como en las películas”.
He llegado a la conclusión de que a la gente le atemoriza reflexionar sobre esto, pero no por miedo a entender que, racionalmente, luego de la muerte no hay nada –cosa que, creo, todos, absolutamente todos sospechan–, sino por ese horror que genera la culpa de pensar en la posibilidad de que es así y han dejado pasar la oportunidad de hacer el bien, el mal o el amor.
Solo debería haber una elección: ser feliz, y el resto subordinado a ello. El y los problemas de índole existencial surgen ante las dificultades de lograrlo o ante la negación de que se ha pifiado el camino.
Somos seres vivos y, como tales, somos mortales, ¿por qué creernos tan especiales como para creer que no sucumbiremos a nuestro fatal destino? ¿Porque lo dicen unos papeles viejos escritos por quién sabe quiénes, en qué estado y con qué intenciones? Si existe una vida después de esta, llena de elecciones, ¿qué nos hace pensar que en otra, en la que no tendríamos la posibilidad de elegir qué nos hace feliz (en el caso de que lo merezcamos), nos sentiríamos plenos?
Si tuviésemos todo lo que quisiéramos, si no nos tentara el mal, si no sufriéramos por la desdicha, ¿cómo y con qué parámetro juzgaríamos y apreciaríamos lo que “se nos concede”? Cabe pensar que moriríamos conservando la memoria. Si así fuera, esta vida, la terrenal, ¿es una preparación, un curso de ingreso, un juicio para determinar sin que lo sepamos con certeza a dónde iremos a parar, una manera de descongestionar el purgatorio culpándonos de antemano por las dudas o por las deudas? De ser así, el pasaje de Erotion hubiese sido menos tormentoso para el viejo Marcial.
Yo prefiero adherirme al escepticismo: vivir, y por si acaso portarme bien, cosa que no es tan difícil, como me enseñaron en la escuela primaria (¡católica!). Ser bueno solo consiste en la premisa de “ponerse en el lugar del otro”. Pero la empatía no es un don. Más bien, diría, es una actitud.
Supongamos que la vida es un regalo; debe abrirse y disfrutarse. Carpe diem. ¡Pero qué difícil es cuando no sabemos cómo atrapar el día!
Pongamos esto en otros términos. ¿Para qué proyectar un ahorro de dinero de varios años si en el transcurso de él nos pudiéramos endeudar o morir. Seguramente –en el caso de sobrevivir–, dispondríamos del dinero ya cansados como para disfrutarlo del modo en que queríamos en un principio. Tanto más grato sería ahorrar para el presente. De esta manera reduciríamos las posibilidades de quedarnos con un resto inservible o desvalorizado. Amar hasta la locura no es ser un cagón, no importa que algún avaro lo pregone satisfechamente. “La historia la escriben los vencedores”, dicen –y yo también–, pero no confundamos confianza con soberbia y no nos creamos tocados por la varita. Si algo aprendí de Juliana fue a no ser un esclavo de la esperanza.


Gabriel Herdoff

lunes, 5 de octubre de 2009

Arritmia




Desde chico que tengo problemas con el ritmo... Algunas personas, por ejemplo, no sabemos aplaudir adecuadamente.
            Ya en los cumpleaños comenzaba a notarse esta grave falencia... Al momento de cantar el Feliz Cumpleaños, acompañado por los aplausos que marcan el tiempo, yo aplaudía con el ritmo correspondiente al que se da una vez sopladas las velitas, claramente, para el resto,  más ligero. Y al momento de ovacionar el soplido arremetía yo con el tiempo de la canción introductoria. No notaba la diferencia.
            Debido a ello fue que comenzaron a dejar de invitarme a los cumpleaños de mis compañeritos: las madres de los festejantes se irritaban, pues les quitaba a sus hijos el protagonismo de ese momento tan especial. Los invitados giraban sus cabezas para mirarme y reír.
            Y en mi círculo familiar no era muy distinto. Ya de grande, noté que jamás aparecía en las fotos de los cumpleaños de mis primos, e incluso de mis hermanos. Hasta antes de la aclaración yo había sospechado la posibilidad de ser un niño adoptado.
Cuando me explicaron, ya contaba yo con diecisiete años; me dijeron que siempre me mandaban a hacer algún mandado con mi tío. De esa forma se deshacían de las dos molestias: mi arritmia y su alcoholismo.


Juan Griss

miércoles, 30 de septiembre de 2009

A Valen, a Emi, a Marti, a Lari, a Lu y a Thiago



...


Le informaré a este niño, cuando pueda entenderme:


que es realmente cortita la vida
para los que no notamos de qué se trata;


que no importa cuán caro puede ser conseguir un momento de risas
y que en esos casos bien puede endeudarse uno a su gusto
y pagar cuando ya no sea importante deber;


que una muchacha es siempre un motivo digno para lloriquear;


que sus hermanos serán sus mejores amigos
y que sus mejores amigos serán sus hermanos;


que tirarse al piso a pensar no es no hacer nada;


que abrazar equivale a un poema;


que leer libros no lo va a hacer más inteligente sino más lector;


que entre hacer un gol y terminar la escuela no hay mucha diferencia,
pero deben hacerse ambas cosas;


que siempre será más listo que unos y menos que otros,
pero jamás sabrá con certeza quiénes son unos y otros;


que el talento no existe si no tiene pasión;


que la pasión por algo lo hará feliz
y que la felicidad lo hará dejar de prestar atención
y no notará lo cortita que es la vida,
y que así debe ser...






Juan Ignacio Ojeda

AUTORES DE MI BIBLIOTECA EN EL 2006



Adela Basch
Adolfo Bioy Casares
Albert Camus
Aldous Huxley
Alejandro Casona
Alejandro Dolina
Almafuerte
Ambrose Bierce
Ana María Matute
Ana María Shua
Anderson Imbert
Antonio Di Benedetto
Antonio Machado
Benito Pérez Galdós
Calderón de la Barca
Carlos Fuentes
Carlos Joaquín Durán
Charles Bukowsky
Daniel Veronese
Dante Aleghieri
Dashiell Hammett
Domingo Faustino Sarmiento
Ecke Wolfgang
Edgar Allan Poe
Eduardo Galeano
Eduardo Mallea
El Infante Don Juan Manuel
Elsa Bornemann
Emily Bronte
Enrique Barrios
Enrique Buttaro
Ernest Hemingway
Ernesto Sábato
Esquilo
Estanislao del Campo
Esteban Echeverría
Eurípides
Federico Andahazi
Federico García Lorca
Fedor Dostoiewski
Fernando de Rojas
Francisco Luis Bernárdez
Franz Kafka
Friedrich Nietzche
G. K. Chesterton
Gabriel García Márquez
Geoffrey Chaucer
George Loring Frost
George Orwell
Giovanni Boccaccio
Gregorio de Laferrere
Guillermo Martínez
Gustave Flaubert
Gustavo Adolfo Bécquer
Guy de Mupassant
Guy Des Cars
Herman Hesse
Homero
Honorato de Balzac
Horacio Quiroga
Hugo Wast
I. A. Ireland
Isaac Aizemberg
Isaac Asimov
Isabel Allende
Ítalo Calvino
J. D. Salinger
Jacques Prévert
James Joyce
Javier Marías
Johann Wolfgang von Gohete
Jorge Accame
Jorge Isaacss
Jorge Luis Borges
José Mármol
José Martí
José Pedroni
José Saramago
Juan Ramón Jiménez
Juan Rulfo
Julio Cortázar
Julio Verne
León Felipe
Leon Tolstoi
Leónidas Barletta
Leopoldo Lugones
Leopoldo Marechal
Lewis Carroll
Luigi Pirandello
Luis Tonelli
M. R. James
Manuel Puig
Marco Denevi
Margarite Yourcenar
María Rosa Lojo
Mario Benedetti
Marta Giménez Pastor
Mauro Vasconcelos
Michel Pierre
Miguel ángel Palermo
Miguel de Cervantes Saavedra
Miguel de Unamuno
Miguel Hernández
Molière
Octavio Paz
Oesterheld
Oliverio Girondo
Oscar Wilde
Pablo Antonio Cuadra
Pablo Neruda
Pierre Corneille
Platón
Próspero Merimee
Raul González Tuñón
Ray Bradbury
Richard Bach
Roberto Arlt
Roberto Cossa
Roberto Fontanarrosa
Roberto J. Payró
Rosa Cerna Guardia
Rubén Darío
Saky
San Francisco de Asís
San Juan de la Cruz
Sandra Cisneros
Silvina Ocampo
Simenon Maigret
Sir Arthur Conan Doyle
Sófocles
Sor Juana Inés de la Curz
Soren Kierkegaard
Syria Poletti
Thomas Bailey Aldrich
Virgilio
Willam Faulkner
Willam Shakespeare













HABER LEÍDO NO TE HACE MÁS INTELIGENTE


SINO MÁS LECTOR.



Juan Griss

domingo, 13 de septiembre de 2009

Sólo solo


Inclinada ella aún sobre sus rodillas, escondía el llanto sordo que yo apenas descubría por algún que otro moqueo. Mi mano se apoyaba en su hombro y cada tanto daba un suave apretoncito seguido de una sobada… Entendía que ella estaba ida y yo ausente; podría decirse entonces que nadie había allí. Sin embargo, el aire del cuarto era espeso de calores, de bramidos, de resoplidos y gemidos… Alguien había estado allí momentos antes, alguien había querido y otro había sido querido, alguien había sido deseado, alguien había sido amado y otro se había dejado amar… Y recordé que momentos antes, uno era yo; solo que no recordé cuál… Supongo que mi amnesia temporal se debe a esta maldita ataraxia, a mi llanto viejo… La piel, mi piel, enmudece y vaporiza aires grises anónimos. De chico solía intentar atraparlos con pañuelos, como si cazara mariposas… Ahora, un tanto más grande, resignado y falto de espíritu lúdico, solo los contemplo alejándose de mí. ¿Qué será de mi piel cuando deje de fabricarlos? Levantó su mirada y la dirigió hacia la pared. Dudo que recordara mi presencia… Ya de pie, lentamente caminó desnuda hasta la silla donde estaba su saco. Se lo puso y, sin cerrarlo, giró en torno a mí. Como si yo no existiera, tomó la ropa que estaba a mis pies y comenzó a estirarla con las manos tratando de quitarle las arrugas. Volvió a quedar desnuda, ahora frente a mí. No pude evitar acariciarle el vientre y noté cierta contracción, por unos segundos. Tomó la ropa que había dejado sobre la cama y se vistió. Nuevamente quedó frente a mí, intentando peinarse con las manos. Me abalancé sobre ella y la abracé, pero no interrumpió su quehacer… Abrió la puerta y salió.

Juan Griss

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Comentarios al margen

Yeni- Mamá, mamá ¿que comemos?
mamá- Lo mismo que ayer.
Yeni- ¿Lo mismo que ayer? Ufa como me gustari ser una chica con mucha plata.
mamá- Yeni! La plata no interesa estamos todos juntos Papá, yo y vos.
mamá- Pronto va a llegr el día del niño.
viene el Papá- Si y viene aorrando plata durante el año para el día del niño
Yeni- Papá gracias, me portaré muy bién.
Pero al día siguiente El padre fue a travar y cuando volvia algo tragico susdió a padre.
satanas- Dame toda la plata.
-¿que?
-si que medes el dinero
-Pero.......
-No hables.
Y cuando volvió
-querida pasó algo terrible/ylo contó
Papá entonces no hay regalo.
-Lo ciento Yeni pero voy hacer todo lo posible
-Gracias papi
El padre no pudo hacer mucho para conceguir un regalo porque en 1 día no pudo ruunir plata pero yeni entendió y fue a re cuperar el dinero que le robaron al padre.
Yeni fue al castillo y ...
-Malvada reina devuelve el dinero
-Claro que no yo lo rove con mis propias manos
-si lo aras
-no no lo aré
y comenzaron a luchar.
Yeni reconocio el esfuerso de su padre y no se dio porvencida y vencio
-Papá, mamá recupere el dinero.
Papá- te felicito aunque no deverias aver hido sola.
Juan- Yeni recibió el regalo y todos fueron muy felices y esta historia nos deja una mensaje
El esfuerso por algo Bueno tiene premio.




1990
Juan Griss

Poema mil


Desesperadas y ajustadas palabras
de las últimas horas de la noche
te encontraron tan sorprendida
como a mí.
Pero no callaba;
soltaba, perdía, una y otra vez,
las confusas explicaciones
de la muerte del sentimiento…
ese que sostenía columnas,
rutinas, amigos, desesperanzas…
ese que ahora ni a mí ni a ti sostiene.
¿Cómo entender entonces
que el tiempo se detuvo hace tanto tiempo,
que los espejos solo dan una imagen:
la mía
o
la tuya.




Juan Griss

Ja (quién sabe cuándo fue escrito esto!)

Sí, nuevamente estoy frente al teclado
tratando...
tratando de buscar con qué llenar
esta enorme enorme
pantalla.
Imagino
(trato)
luces como si fueran ideas
y al instante
...
se apagan.
Es verdad, pienso
qué falto estoy de
palabras;
qué fácil me resulta cambiar de ren-
glón para que esto me parezca
mááss laarrgooo...
No sé si ya tengo algo que decir
o
solo quiero ver que en la
parte de
abajo
del monitor dice ½.
Recuerdo que a veces
recuerdo que debo entrenar mis dedos,
pero ese no es el problema:
definitivamente no me
importa escribir lento. Sinceramente, me molesta mucho no tener sobre qué escribir.




Juan Griss

lunes, 7 de septiembre de 2009

...

Mi amor,
alegoría de las causas bellas…
ironía del “Hasta nunca”…
aliteración que sacude mis oídos…
epanadiplosis del sexo…
anáfora por las mañanas…
paradoja de mi efímera felicidad eterna…
apóstrofe a tus manos…
metáfora de la luz…
asíndeton de las ganas de irme…
retruécano de nuestros gritos amables…
conversión de mi sueño…
anadiplosis entre mis noches y mis despertares…
elipse de los “Me hacés bien”…
similicadencia de los orgasmos...
encabalgamiento de madrugada…
hipérbaton de los almuerzos…
prosopopeya de las conversaciones con la almohada…
antítesis de mis soledades…
símbolo de mí…
interrogación retórica sobre la felicidad…
metonimia de las piernas…
paralelismo de mis noches…
hipérbole de la belleza superlativa…
paranomasia de mis palabras vulgares…
reduplicación del amor vespertino…
símil triunfante…

¿Qué?

Pleonasmo de todo esto… Perífrasis… Nada… Que te quiero!!!








Juan Griss

Mientras


Amanecí pensando en la inmortalidad de las almas de las figuras en el techo de madera. Luego pensé en vos y en cuánto faltaba para las seis de la tarde. Decidí dormir un rato más, creo; no sé si lo decidí, pero sí dormí un rato más. Mezcla de sonambulismo y martirización, miré mi terrible cara en el espejo, sonreí y vi cómo el chorro de agua inundaba mis manos superpuestas. Las enormes gotas peleaban por caer de las pestañas. Cierta vez, creo, no pensé en vos.

Te sentaste en la cama y oliste café, te despeinaste, más, te apoyaste en tus rodillas y te impulsaste con desgano. Volviste a sentarte, y luego a recostarte. Pensaste nuevamente en ese aroma a café. Tu boca se llenó de espuma. Miraste tu terrible cara e, increíblemente, te despeinaste más. Creo que sonreíste mientras oprimías circularmente tus lagrimales. Cierta vez, creo, no pensaste en mí.

Aburrida y lenta y típica, transcurría aquella mañana: el ascensor no funcionaba; la escalera era eterna; la portera había tenido otro mal día; el dueño del kiosco había olvidado encargar cigarrillos; y la Plaza San Martín esquivaba los diagonales. Ella caminaba bajo una llovizna que no mojaba, humedecía el rostro. Él temía no haber despertado aún y agregó otra cucharada de café.
El mediodía no prometía luchar contra la inercia del tiempo: el vaivén del ascensor intimidaba a los pasajeros más que los infinitos escalones; la portera, ahora, lloraba a escondidas deambulando entre el sexto y noveno piso; el dueño del kiosco ya había perdido cuatro grandes clientes regulares y once ocasionales; y la Plaza San Martín seguía escabulléndose (para las doce y media estaba en ciento cuarenta y nueve y sesenta y seis). Ella comió apresurada, el severo y honesto reloj la acosaba. Él miró su almuerzo durante cuatro minutos y se lo obsequió a una pareja de palomas.
La tarde sí prometía enormes sucesos: el ascensor ya había recibido al enfermero; las escaleras mutaron en un tobogán acaracolado; la portera regresó a su casa y encontró un dibujo con su nombre y un enorme corazón en la puerta de la heladera; el dueño del kiosco recibió la visita de un quinto grado completo de excursión; y los diagonales setenta y nueve y ochenta encontraron su intersección en el jinete. Ella, creo, reconoció el agua cayendo semifusamente sobre su nariz. Él, creo, intentó sincronizar los pasos con los latidos, pero desistió a causa de la agitación.

Compartimos la mesa, y la cerveza, y algunos cigarrillos. Entregamos las manos a las caricias, y regalamos besos a la espera de una retribución igualmente cálida. Y nos miramos, y nos vimos.

Pueden, creo, pensar en mil y dos noches iguales y siempre distintas, cada vez más parecidas y, sin embargo, cada vez más diferentes.

Despertaron, creo, oliendo café y preguntándose cada uno para sí cuánto faltaría para las seis de la mañana.


Juan Griss

martes, 1 de septiembre de 2009

Picazón

Suele ocurrirme que en ocasiones me pica alguna zona del cuerpo y a pesar de rascarme la sensación de picazón no se va, e incluso aumenta cuando dejo de rascar creyendo satisfecha la necesidad de aplicar las uñas. Incluso llego a sangrar en algunas ocasiones. Pero lo verdaderamente extraordinario sucede cuando utilizo alguna herramienta para llegar a lugares inaccesibles para mis manos, como puede ser el centro de la espalda. Termino lastimándome con una rama, por ejemplo. Cuando no encuentro instrumentos para ayudarme a llegar a esos lugares, elijo una pared y me estampo contra ella a fin de matar los nervios sensitivos de la zona o al menos distraer al sistema nervioso haciéndolo atender prioritariamente una molestia más grave.
Una vez me ocurrió uno de estos ataques de picazón en plena calle céntrica en hora pico, y al no encontrar paredes entre tantas vidrieras, opté por estamparme contra un hombre. Lo tumbé al pobre desprevenido transeúnte, pero la picazón no disminuyó porque no me resultó lo suficientemente sólido. Así, comencé a colisionar contra todos los que estaban a mi alcance, dejándolos desparramados en la vereda. El caso es que, de la nada, apareció un grupo de adolescentes que creyó verme intentado animar un pogo y comenzó a imitarme. Sin darnos cuenta, la situación se volvió casi bélica. Para animarnos, entonábamos canciones de cancha o rockanroles. Pero debido a que mi motivación era distinta a la de aquel grupo, no tardé en dejarlos, uno por uno, desmayados por un topetazo. La calle parecía un campo de batalla, con seres que luchaban por incorporarse y huir. Así, finalmente me vi solo, de pie, sin nadie más a quien recurrir para alivianar mi molestia, por lo que me tiré al piso y comencé a realizar movimientos semejantes a convulsiones como si fuera un pez fuera del agua.

17 de mayo
Sillón del living de su casa.

domingo, 30 de agosto de 2009

INSTRUCCIONES PARA DESINSTRUCCIONALIZARSE


Esto de la escritura forzada a veces resulta bueno para obligarlo a uno a concentrarse, olvidando por momentos el cigarrillo en el cenicero, consumiéndose, el vaso sobre la mesita, calentándose, o enfriándose… Entonces uno vuelve la mirada hacia ellos por un momento, como asegurándose de su presencia indispensable pero dándoles la posibilidad de que ellos mismos certifiquen su existencia por el olvido próximo, segundos después. Luego la mirada vuelve a tornar hacia el escabroso tema al que se le quiere dar vida, verificando cada algunas palabras si ha salido, al menos, entendible… Uno piensa, recordando cierta situación: “Si no me quisiste a tiempo, ahora ya es tarde; soy orgulloso”, y ve que en la pantalla aparece: “Si no me quisiste a tiempo, ahora ya es tarde; soy orgulloso”, pero que hubiese quedado mejor escribir: “Yo respeté cuando vos no sabías qué sentías hacia mí, vos respetá que yo no crea que ahora lo sabés”. Entonces borramos y ponemos la reformulación de la frase… Resulta ser que es exasperante cuando uno no puede ser claro, incluso cuando tiene el tiempo necesario y los nervios templados para elegir las palabras… Sí, puede borrarse, pero la primera y pura frase aún queda dando vueltas… ¿Por qué se omitió el calificativo “orgulloso”? ¿Acaso porque da vergüenza admitir que uno lo es? Nadie mira mientras se escribe, nadie sabe qué se ha sacado, qué se ha modificado… Uno, como dueño de lo que quiere decir, tiene ese derecho, y, si se quiere, hasta la obligación de seleccionar la mejor manera de hacerse entender… Aquí uno advierte, toma conciencia de que es dueño del texto, de que en él puede decir cuanto le place, cuanto se le ocurre, inventar y enmarañar cuanta estupidez se le cruce por la mente, adornándola con palabras bellas, de ser posible. Yo, quien escribe esto, puedo ser fatal conmigo, con usted, que me lee, y hacer que me odie, me ame, o le sea absolutamente confuso cuando repase qué he dicho. Yo soy dueño de esto -tal vez lo único y realmente mío-, cierto o no. Usted no puede quitármelo, puede, acaso, no concordar conmigo, pero no quitármelo; yo tengo la palabra. Odie mi autoritarismo o envidie la libertad con que escribo, pero si digo que la literatura no es más que una gran farsa que encubre a millones que no se animan a vivir, prefiriendo leer o escribir vidas ajenas, no tendrá más remedio que aceptarlo o apartar la vista… Yo soy parte de esa farsa, y juego gustosamente, pues en nada me molesta saber que cada palabra me aleja un poco del mundo al que temo, del mundo real, donde realmente la gente muere, donde los amores que realmente anhelo duelen por su ausencia o trunco desenlace… Acepto escapar, no solo porque admito ser un cobarde, sino porque me gusta el control: yo invento, creo, doy vida a una nueva realidad, y mi poder crece con cada ser lector que pasea por mis palabras, pisando la calle que describo o sentado en la punta del banquito donde hago que un personaje mire tiernamente a la mujer de sus sueños.




Juan Griss

INSTRUCCIONES PARA LEER EL MUNDO


Insistiré eternamente en jamás renegar de lo pasado… Uno no necesita ser demasiado sabio para advertir que forma parte de nosotros; miedos, suspiros mudos, llantos silenciosos y solitarios, sonrisas sentidas, percibidas… Nada es más nuestro que el pasado. Tal vez alguien pueda amenazar con un cachetazo algún mañana, pero el de “la otra vez” todavía duele lindo, duele a la mina que te dejó pero te enseñó a ser, duele al tipo que te escucha presto a cagarte a pedos, duele al viejo que te sonríe orgulloso, a la vieja que te narra en secreto con lágrimas de amor… Un cachetazo pasado es un “te quiero” que se dejó pasar, una tabla del nueve, o del seis, una canción olvidada y tarareada entre brindis… Un cachetazo pasado es un “te quiero” dicho, espontáneo, sincero, es un “te quiero” siempre a tiempo y destiempo…
Y hay poesía dando vuelta por todos lados… Mirá bien, tal vez la que querés oír, decir, vivir, está por ahí… Cerrá los ojos, tomá aire, dejá de pensar y largalo, que aunque no se te entienda seguro se te percibirá… Creé, queré… Queré querer, queré ser querido… Creele, que querer no hace mal a nadie…






Juan Griss
Anoche volví a despertarme solo en la oscuridad…
Entonces pensé en un payaso triste,
de esos que aparecen en los dramas violentos…
Payasos divorciados, hipotecados, defraudados,
agobiados, heridos…
Payasos enamorados de rubias de belleza insolente,
altaneras portadoras de caricias…
Payasos que mean de pie
tarareando tangos porque no se saben las letras…
Payasos que se duchan
y escriben poemas en los azulejos…
Payasos que fuman y tiran humo por las narices…
Payasos que gozan viendo cómo se consumen los sahumerios
mientras sus damas se desnudan
insospechadas en otros cuartos…
Payasos que piensan que el amor está
a
la
vuelta
de
la
esquina
pero ni siquiera sacan la cabeza de las sábanas…
Payasos reales, amorfos, huéspedes de gorriones…
Pensé en payasos y
no pude evitar
verme en el espejo…


Juan Griss (2006)